Joyas y Tiaras Perdidas de las Reinas de España

Las joyas y tiaras reales han sido siempre un símbolo de poder, lujo y distinción en las monarquías de todo el mundo. En el caso de España, la historia de sus reinas está íntimamente ligada a las piezas de alta joyería que han lucido a lo largo de los siglos.

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Sin embargo, muchas de estas valiosas joyas se han perdido, vendido o dispersado por distintas razones, dejando tras de sí un legado fascinante y misterioso que aún despierta la curiosidad de historiadores, joyeros y aficionados.

Entre estas piezas se encuentran las legendarias esmeraldas de la reina Victoria Eugenia, un conjunto que encierra tanto esplendor como tragedia. La reina Victoria Eugenia, nieta de la famosa Emperatriz Eugenia de Montijo, heredó de esta última nueve impresionantes esmeraldas que originalmente formaban parte de una corona.

Durante décadas, Victoria Eugenia reutilizó estas gemas en diversos collares, tiaras, broches y anillos, creando un conjunto de gran valor histórico y artístico. Estas esmeraldas fueron finalmente engastadas en un collar de la prestigiosa casa Cartier, complementado con una tiara diseñada por la misma joyería, que originalmente llevaba perlas sustituidas por las esmeraldas. Sin embargo, la necesidad de obtener liquidez obligó a la reina a vender tanto las esmeraldas como una cruz que formaba parte del conjunto.

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La tiara, afortunadamente, ha llegado hasta nuestros días en posesión de la reina Letizia, aunque con las perlas originales reinstaladas. Las esmeraldas, por su parte, pasaron a manos de la Emperatriz Farah Diba de Irán, quien las perdió tras el derrocamiento de su esposo, el Sha de Persia. En cuanto a la cruz, esta fue recuperada y recomprada por Olimpia Torlonia, nieta de Victoria Eugenia, aunque posteriormente fue robada.

Aunque la joya apareció más tarde, el delito había prescrito, y la familia no pudo recuperarla. Otro conjunto perdido de gran relevancia son las aguamarinas de la reina Victoria Eugenia, cuyo origen se remonta a un deseo personal de la monarca. Inspirada por el collar de aguamarinas que poseía su prima, la Emperatriz de Rusia, la reina expresó su anhelo de tener una joya similar.

Fue Alfonso XIII quien cumplió su deseo, regalándole un impresionante conjunto diseñado por Cartier que incluía un collar, pulsera, pendientes y broche a juego. Para completar este espléndido conjunto, la reina transformó una antigua tiara de perlas, sustituyendo estas por aguamarinas. Este conjunto fue heredado por su hija, la infanta Beatriz, y más tarde pasó a manos de sus nietas, Sandra Torlonia y Olimpia Torlonia.

Las joyas perdidas de la reina Victoria Eugenia

La tiara, rediseñada posteriormente por la casa Bulgari, ha permanecido en la familia, siendo la última en lucirla la princesa Sibila de Luxemburgo, una tataranieta de Victoria Eugenia. También es digno de mención el destino de una tiara de diamantes y turquesas encargada por la reina poco antes de partir al exilio. Esta joya, diseñada por la casa Chaumet, originalmente incluía turquesas de un intenso azul, pero con el tiempo, estas piedras perdieron su color y fueron sustituidas por diamantes.

La tiara fue heredada por la hija menor de Victoria Eugenia, la infanta María Cristina, quien decidió subastarla. Antes de hacerlo, ofreció la pieza al rey Juan Carlos, pero este prefirió adquirir otra tiara, también de Cartier. Finalmente, la tiara de turquesas desapareció tras ser subastada en 1984.

Entre las joyas que marcaron un estilo en la década de 1920 destaca la tiara de bando Garland, diseñada por Cartier. Esta pieza, utilizada con frecuencia por Victoria Eugenia, está formada por varios ramilletes de laurel arqueados y entrelazados, con un diamante central de gran tamaño. La reina solía llevarla en las aperturas del Parlamento, combinándola con una corona, manto de armiño y mantilla.

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Su estilo, lucido a menudo como un bando sobre la frente, era característico de la moda eduardiana de la época. Sin embargo, tras el exilio de la reina, se perdió el rastro de esta tiara, sumándose a la lista de joyas desaparecidas. Otra pieza de notable valor histórico es la tiara Masriera, un regalo de bodas ofrecido a Victoria Eugenia por los monárquicos de Barcelona.

Diseñada por el joyero Luis Masriera, esta joya de estilo modernista destaca por sus esmaltados de colores, hojas de fresa y detalles medievales como caballos rampantes. Aunque la reina nunca llegó a lucirla, la tiara se encontraba en una soberbia caja de madera con incrustaciones de oro, marfil y esmaltes, que incluía un relieve de San Jorge, patrón de Cataluña, y el escudo real.

Desafortunadamente, no se sabe qué ocurrió con esta joya, que permanece como un enigma más en la historia de las joyas reales españolas. Entre las piezas con un origen más sentimental se encuentra la tiara Battenberg, que perteneció a la madre de Victoria Eugenia, la princesa Beatriz. Esta joya, diseñada por el príncipe Alberto y regalada por la reina Victoria de Inglaterra, estaba formada por diamantes y rubíes, con una posterior adición de hojas de fresa.

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Aunque Victoria Eugenia la lució en varias ocasiones, tuvo que devolverla a su madre debido a dificultades económicas. Finalmente, la tiara pasó a manos de Lady Carisbrooke, esposa del hermano mayor de Victoria Eugenia, y hoy en día se desconoce su paradero. Por último, merece una mención especial el broche de la reina María Cristina, un regalo de bodas del rey Alfonso XII.

Esta pieza, realizada en oro y diamantes, fue utilizada por las damas de la época para adornar sus corsés. Tras la muerte de María Cristina en 1929, el broche fue heredado por sus nietos bávaros, quienes lo subastaron en 1980. El barón Thyssen adquirió la pieza y se la regaló a su esposa, Carmen Cervera, quien la ha lucido en varias ocasiones.

En un intento reciente de subastar el broche por 1,5 millones de euros, no logró alcanzar esa cifra, permaneciendo así en su posesión. En conclusión, las joyas y tiaras de las reinas de España no solo representan un legado de lujo y esplendor, sino también una ventana a la historia, las tradiciones y los desafíos de la monarquía.

A través de los relatos de estas piezas, se puede apreciar el constante equilibrio entre la majestuosidad de su diseño y las vicisitudes personales y políticas que marcaron el destino de sus dueñas. Aunque muchas de estas joyas se han perdido, vendido o transformado, su memoria perdura, evocando un pasado lleno de grandeza y misterio que sigue fascinando a las generaciones presentes.

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