Este fenómeno es especialmente visible en los medios de comunicación, donde tertulianos y figuras públicas se enfrentan con frecuencia en discusiones que, más que esclarecer ideas o fomentar el pensamiento crítico, terminan siendo un espectáculo vacío.
En este contexto, es importante reflexionar sobre los desafíos que enfrentan las voces independientes, así como sobre la calidad del debate que estamos promoviendo en nuestra sociedad.
Un caso reciente que ilustra esta dinámica se dio en el programa “Horizonte”, dirigido por Iker Jiménez.
Aunque generalmente se percibe como un espacio de debate plural y enriquecedor, en esta ocasión se evidenció cómo ciertas actitudes pueden distorsionar el propósito de un intercambio de ideas.
Una tertuliana en particular, que representa una corriente de pensamiento alineada con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), destacó por sus acusaciones y comentarios descalificativos hacia quienes no comparten su visión ideológica.
Este comportamiento no es un caso aislado, sino un síntoma de un problema más profundo: la falta de apertura y respeto en el diálogo político y social.
En este tipo de discusiones, es común encontrar etiquetas como “fascista” utilizadas de manera indiscriminada para descalificar a cualquier voz que se aparte del pensamiento predominante en ciertos círculos.
Este término, cargado de connotaciones históricas y políticas, pierde su significado cuando se emplea sin fundamento, convirtiéndose en un arma retórica para silenciar al oponente.
Es preocupante cómo esta práctica no solo empobrece el debate, sino que también refleja un desconocimiento sobre el significado real de conceptos clave en la historia política.
El fascismo, como ideología y movimiento histórico, tiene características específicas que lo definen: el culto al líder, el ultranacionalismo, la supresión de la oposición política, entre otras.
Sin embargo, en el discurso actual, cualquier postura conservadora o contraria al feminismo hegemónico es rápidamente catalogada como fascista.
Esto no solo es una simplificación peligrosa, sino que también deslegitima las preocupaciones y críticas válidas que puedan tener otros sectores de la sociedad.
El caso de la tertuliana mencionada, quien aparentemente encuentra en su afiliación al PSOE y en su identidad feminista su principal valor argumentativo, es un ejemplo claro de esta dinámica.
En sus intervenciones, parece faltar un análisis profundo y una comprensión real de los temas que aborda, limitándose a repetir consignas y descalificar a sus oponentes.
Este tipo de actitud no fomenta el entendimiento mutuo ni el enriquecimiento del debate, sino que contribuye a la polarización y al empobrecimiento del diálogo público.
El problema no se limita a esta tertuliana en particular.
En general, los medios de comunicación están llenos de figuras similares, personas que, más que aportar ideas originales o bien fundamentadas, se dedican a repetir el discurso que les conviene políticamente.
Estas “plagas” de tertulianos, como algunos las denominan, no solo afectan la calidad del debate, sino que también desalientan la participación de voces independientes y críticas.
Las personas que no se alinean con ninguna ideología dominante enfrentan enormes dificultades para encontrar espacios donde puedan expresarse libremente sin ser etiquetadas o atacadas.
Un aspecto que merece especial atención es el impacto de estas dinámicas en la percepción pública del feminismo.
El feminismo, en su esencia, busca la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres.
Sin embargo, el feminismo hegemónico que muchas veces se presenta en los medios parece estar más enfocado en promover una visión unilateral y en polarizar a la sociedad.
En lugar de fomentar un entendimiento mutuo y trabajar hacia soluciones constructivas, este feminismo a menudo se presenta como una fuerza divisoria, alimentada por el rencor y la envidia, según algunas críticas.
Es interesante notar cómo estas actitudes no solo se encuentran en la izquierda, sino también en ciertos sectores de la derecha.
Algunas figuras de la derecha, aunque se oponen al feminismo en su discurso, en realidad han adoptado muchas de sus premisas básicas.
Esto demuestra cómo el pensamiento hegemónico puede infiltrarse incluso en sectores que aparentemente lo rechazan, creando una especie de “derecha woke” que, en el fondo, comparte muchas de las características de la izquierda que critica.
En este contexto, es esencial reivindicar el valor del pensamiento crítico y la independencia ideológica.
Las personas que no se alinean con ningún bando político, que piensan por sí mismas y que no tienen miedo de expresar sus ideas, son cada vez más necesarias en una sociedad donde el debate público se ha convertido en un campo de batalla ideológico.
Sin embargo, estas voces enfrentan enormes desafíos, desde la exclusión de los medios de comunicación hasta los ataques personales y las difamaciones.
Es importante destacar que no se trata de promover una postura neutral o apolítica.
Las personas independientes también tienen sus convicciones y principios, y es precisamente esa coherencia lo que les permite mantenerse firmes en un entorno tan hostil.
Lo que se reclama es un espacio donde todas las voces puedan ser escuchadas y donde las ideas se evalúen por su mérito, no por la afiliación política o la identidad de quien las presenta.
En última instancia, el problema de fondo radica en la falta de respeto y empatía en nuestras interacciones públicas.
En lugar de ver al otro como un enemigo, deberíamos esforzarnos por entender su perspectiva y encontrar puntos en común.
Esto no significa renunciar a nuestras convicciones, sino reconocer que el diálogo y el entendimiento mutuo son esenciales para el progreso de cualquier sociedad.
La responsabilidad de cambiar esta dinámica recae en todos nosotros, desde los medios de comunicación hasta el ciudadano común.
Debemos exigir un mayor nivel de profesionalismo y rigor en los debates públicos, y también debemos ser más críticos con las fuentes de información que consumimos.
Solo así podremos construir una sociedad más inclusiva y plural, donde todas las voces, incluso las más críticas e incómodas, tengan un lugar en la mesa del debate.